Trébede

miércoles, abril 05, 2006

LA MASCOTA

Todos los veranos de mi infancia los pasé en casa de mis abuelos, en realidad pasé mi niñez allí. Tengo más recuerdos de esa casa que de la mía y si vuelvo la vista a esos años, no hay nada importante que no sucediera entre esas paredes.
Compartía juegos y diversión con mi hermano y mi primo, ellos eran mayores que yo, cuatro y ocho añso más, y para colmo yo era una niña, así que estaban hartos de tener que cargar conmigo a cada paso. Nunca jugaba a las muñecas, es más, las tenía bastante manía, mis juegos eran de chicos, siempre pescando en el río, cazando lagartijas o haciendo trampas para el rebaño que pasaba cada tarde junto a la casa de mi abuela. Recuerdo un día de verano, de esos en los que empieza a calentar desde primera hora de la mañana. A mi hermano y a mí nos gustaba madrugar,bajar pronto y así despertar a Oscar para empezar a jugar sin perder mucho tiempo. Ese día hacía muy bueno y era miercoles, lo sé porque había mercado en la plaza y mi abuela dijo que nos compraría algo a los tres, una sorpresa. No sabíamos qué iba a comprar, pero nos daba igual lo importante era subir y pasar la mañana por el mercado. La plaza estaba llena de gente vendiendo queso, aceitunas, alfombras y hasta cazuelas de barro. A mi con toda esa gente ya me bastaba y además si esa mañana teníamos sorpresa, pues mucho mejor. Llegamos a la plaza con mi abuela y mi tía y allí nos encontramos con mi madre; mi hermano y mi primo iban juntos, yo les seguía un poco más lejos. Recuerdo a mi abuela, nos miraba como sólo ella sabía hacerlo; se acercó a un puesto en el que vendían gallinas, pollos, huevos..a mi me parecía que el olor era asqueroso, pero cuando escuché a mi abuela decir que nos iba a comprar un pollo a cada uno, se me olvidó todo. Yo tenía seis años, así que la idea me parecio genial, mi hermano y mi primo también estaban como locos. Todavía puedo ver al señor sacar de una caja dos pollos amarillos muy pequeños, y muy graciosos para ellos; pero lo que no olvidaré fue la cara que pusimos todos cuando sacó de la caja el pollo que me tocaba a mí en suerte, era precioso, mucho más grande que sus hermanos y con un color más intenso.
Yo estaba nerviosa llevando su caja de cartón, solo quería llegar a casa, soltarlo y cuidarlo hasta que fuese bien grande. Mientras Oscar y mi hermano lo miraban con cara de pocos amigos y no paraban de compararlo con sus dos "ahijados". Jugamos con ellos durante un rato hasta la hora de comer y seguía encantada con mi nuevo amigo. Llegó la hora de la siesta y yo tenía que dormir pero ellos como eran mayores pues decidieron que iban a dar un paseo al parque con los tres pollitos, en plan familia feliz. Cuando me levanté de la siesta vi a mi abuela con un disgusto de esos que no se olvidan, estaba en la cocina con Alvaro y Oscar, muy seria, no paraba de repetir "¿qué ha pasado?". Mientras ellos decían que no pasó nada, Oscar decía "no sé, fue un accidente , se tropezó, se dio un golpe y...pues que se ha muerto". Mi pobre pollo no regresó del paseo, lloré durante toda la tarde y solo quería pegarme con ellos por lo que hicieron. Han pasado más de veinte años desde entonces y a pesar del castigo nadie ha conseguido que cuenten la verdad y muchas veces les pregunto dónde lo enterraron o qué hicieron con él, pero como entonces, siguen si contestar. Esta historia me viene a la cabeza porque ayer mi sobrina me contó por teléfono que su padre había traido una tortuga a casa y que estaba muy contenta porque la iba a dar hierba cada día hasta que fuese grande. Yo no hablé con mi hermano pero me dieron tentaciones de decir " espero que no te acerques a esa pobre tortuga".

4 Comments:

Blogger Ana said...

Vivo en León, cerquita sí, hace un montón de años -como veinticinco-se puso de moda, en las carnicerías de mi barrio, regalar pollitos con la compra. En casa nos hicimos con cuatro pollitos, mi hermano -que tenía cuatro años por entonces- les sometió a una investigación científica. Creo que quería comprobar cuánto tiempo viven los pollos debajo del agua...puedes imaginar el resultado. No contento con esta primera fase, en un arrebato digno de Jack el destripador, intentó averiguar qué sucede cuando con unas tijeras separas cabeza y tronco del pollito...sin comentarios.
Afortunadamente él no había nacido en la época en que me regalaron a Sedienta (una preciosa tortuga a la que no le gustaba el agua, de ahí su nombre, mi padre la bautizó) El caso es que yo despertaba cada mañana a Sedienta dándole unos toquecitos en la concha, ella asomaba su cabeza arrugada y comía la lechuga que le ofrecía. Una mañana no salió y mi madre pensó que se había muerto...lo que lloré y el repelús que me da ahora pensar que, seguramente, no estaba muerta sino hibernando. Las únicas mascotas que admito en mi casa son las de peluche.

12:37 a. m.  
Blogger Javier López Clemente said...

Bonita historia Gubia. Al principio pensé que, lamentablemente, no conocí a mis abuelos. Más tarde he recordado mi aventura con los pollitos, no era un niño, por eso no la cuento, porque me da verguenza mi acción de adolescente descerebrado.

1:38 a. m.  
Blogger Gubia said...

Menos mal que no fue mi casa la única que pasó la época del pollo, ya veo que todos querían ser forenses en aquellos años, cada uno a su manera, claro.
Prometo preocuparme por la salud de la pobre tortuga de vez en cuando.
Espero la historia de Javier, aunque sin detalles desagradables eh!

11:49 a. m.  
Blogger Enrique Gallud Jardiel said...

Una historia muy enternecedora y bien contada. Muy buenas reminiscencias. Le felicito.
Y ya que tan amablemente lo solicita, un consejo: aumente el número de párrafos. A los lectores les gusta detenerse de vez en cuando y saborear lo que leen. Si hace párrafos cortos, se detienen donde usted quiere que lo hagan y usted domina la narración. Si los párrafos son muy largos, se detienen a voluntad y pueden cortar el ritmo narrativo.
Gracias por sus visitas.

12:30 p. m.  

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