La semana pasada fue triste, las malas noticias llegaron sin avisar; el martes tomaba un café cuando me comentaron que una de mis vecinas de mi anterior barrio había muerto.
Al principio no me enteraba o no quería hacerlo, cuando me dijeron quién era, me quedé helada; una y otra vez pedí explicaciones y me comentaron que fue de repente y sin esperarlo.
La verdad es que parte de mi infancia se ha ido con ella y sentí un escalofrío que duró todo el día, mientras recordaba todo lo que vivimos en esos años pasados.
Cuando mis padres se casaron se fueron a vivir allí y mis vecinos de la casa de al lado eran en aquel entonces una pareja que rondaba los cuarenta años y tenía dos hijas adolescentes. La amistad nació al momento y nos vieron nacer a mi hermano y a mí.
Fueron para nosotros unos tíos más, yo me crié en su casa, todos los días bajaba unas cinco o seis veces y compartía con ellos el día a día.
Recuerdo que él volvía cada tarde de la fábrica y se bajaba de la bicicleta para montarme en el pedal y dar un paseo por el patio, aparcábamos la bici y cogíamos un porrón de vino para la cena. Volvíamos a su casa y en la cocina, su mujer me daba unas patatas fritas con forma redonda, hasta que no cumplía ese ritual yo no me iba a casa. Cocinaba muy bien y de hecho, mi madre hace las patatas con una hojita de laurel, tal y como ella las hacía.
Quedan lejos los día en los que comía en mi casa a toda prisa para bajar las escaleras y llegar a casa de los vecinos para tomar la manzanilla con él. Mis heridas siempre se curaban en esa casa, "tu no me cures que no sabes" le decía a mi madre, mientras bajaba un vez más las escaleras. Veía con José las actuaciones de Diango en la tele y me tumbaba en el suelo de la glorieta a jugar mientras ellos veían la televisión.
Como siempre me ha gustado el goloseo, con cuatro años robaba a mi madre las pastas y galletas y las escondía debajo de la chaqueta, mientras corría escaleras abajo a casa de mis vecinos para disfrutar de mi botín sin que nadie me diera una riña. Cuando ellos me veían alucinaban porque era una enana que llena de picardía huía con mi tesoro; cuando se lo contaban a mi madre, pues ella alucinaba todavía más.
Con los años llegaron las bodas de sus hijas y sus yernos fueron nuestros compañeros de juegos, de estudio y unos "sufridores" que aguantaron tener a un incordio de niña que no salía de aquella casa. Llegaron los nietos cuando yo era una adolescente y el trato siguió y el cariño se fue haciendo cada vez más y más grande.
Pero como todo en la vida, se va evolucionando, se cambia aunque no se quiera y llegó el momento de irnos a otra casa, cambiamos de barrio y lo hicimos a uno mucho más alejado. La distancia no influyó para que siguiéramos con la amistad y nos veíamos a menudo aunque el roce diario ya no lo vivíamos; a todos nos costó mucho acostumbrarnos a vivir en otro sitio sin tener su compañía. Hace trece años que nos cambiamos de casa y aún recuerdo cada momento,de esos veinte años que compartimos.
Como sus hijas no vivían aquí ellos viajaban para ayudarlas y ver a sus nietos, la vida seguía su curso y con la jubilación los días pasaban tranquilos.
Pero como la vida siempre guarda una sorpresa más, llegó un día hace tres años en que nos dieron la noticia de la muerte de José de forma repentina, cuando mejor se encontraba y sin que nadie lo pudiera esperar. Sentí mucho su muerte y los recuerdos se agolparon como lo hicieron el martes pasado.
Ella no volvió a ser la misma y a pesar de irse a vivir con sus hijas y nietos y de los ánimos que recibía, no superó la muerte de su compañero de viaje y tal y como hizo él cuanto nadie lo esperaba, murió la semana pasada.
Con ellos se ha ido parte de mi infancia y se han quedado todos los recuerdos. Volver a su casa el día del entierro y despedirme me costó un buen disgusto porque cada rincón guardaba una sonrisa, una anécdota y un poco del cariño con el que vivimos allí.
Sus hijas me comentaban que para ellos fuimos sus "primeros nietos" y que todo lo que vivimos entre aquellas paredes seguirá formando parte de nuestra vida, a pesar de que la casa esté vacía.
No olvidaré los años que pasé con ellos y agradezco que de entre todos los vecinos que pude tener me tocara por suerte compartir mi infancia con ellos...