Trébede

miércoles, septiembre 27, 2006

REGRESO

Ayer me llamó Irache, es algo normal porque a pesar de que vive lejos y de que hace más de un año que no nos vemos, siempre hemos mantenido el contacto y el cariño.

Nos conocimos de casualidad cuando se trasladó aquí porque destinaron a su marido. Empezó a trabajar conmigo y poco a poco entablamos una amistad muy buena. Me acuerdo de los ratos que pasabamos las dos hablando sin parar y riendo mientras la clientela no hacía más que entrar y salir. Me acuerdo de las noches de fiesta en las que todos saliamos a tomar algo por ahí y de lo bien que lo pasamos siempre.

No olvido las cenas en su casa con Fernan y su ñiña ,Ali, que ahora ya no es tan niña y está guapisima.

Las dos tenemos la misma edad y una vida totalmente distinta. Ella se quedó sin madre con quince años, se casó nada más cumplir los dieciocho y tiene una niña de trece. Una vida intensa dentro de un cuerpo menudo y lleno de vida; yo a su lado era una cría con muchas cosas todavía por descubrir, pero ella siempre me ayudaba y tenía una sonrisa para todo.
Han pasado tres años desde que se fué y todo ha cambiado, seguro que las dos hemos cambiado.

En mi memoría quedan sus consejos sobre la familia y el valor que tiene, desde luego la suya está unida a pesar de la distancia y se esfuerza cada día porque sea así, de eso estoy segura.
Ha pasado el tiempo y ellos volverán a vivir aquí para estar más cerca de los suyos.
Estoy muy contenta porque después de este paréntesis volveremos a encontrarnos.

jueves, septiembre 21, 2006

SALAMANCA

El pasado fin de semana fué uno de los mejores, no hice nada especial pero salí de la rutina de estar aquí y aprovechando que libraba el sábado y el lunes era festivo aquí, pues nos fuimos por ahí.

La idea fue mía y yo me encargué más o menos de organizar todo. Era nuestro primer fin de semana solos los dos lejos de casa. No el primero juntos, pero si el primero tranquilos, sin horarios, sin prisas y sin dar explicaciones. Así que era bastante especial.

Como es normal en mí, el primer pensamiento fué para el mar, quería ir a Santander o perderme en alguna playa del norte. El tiempo no acompañaba así que cambié por una opción más segura, Salamanca. Yo lo conocía pero es una ciudad que no me canso de ver y que me gusta mucho.

Llegamos el viernes a una casa rural muy guapa a dos kilómetros de Salamanca, encontrar hotel en el ciudad era complicado porque estaban en fiestas y solo quedaban los hoteles más caros. La casa era bastante mona, de esas que alquilan por habitaciones y en la decoración mezclaba la piedra con el cristal y la madera y todo era acogedor.

Hay mucho buenos momentos de ese fin de semana que sé que no olvidaré y Valen tampoco lo hará. Las camas eran dos pequeñas y separadas, con la dosis de incomodidad para nosotros dos, cuando estabas tan tranquilo en la cama, si intentaba abrazar a Valen, me escurría por el hueco que separaba los colchones. La habitación era la última y el techo disminuía en alguna zona; nuestras cabezas corrían peligro de vez en cuando. Pero lo mejor de todo llego a la hora del desayuno; nos pusieron de todo, nos trataron como reyes y no hay nada que pague el momento de desayunar en una terracita llena de cristales, los dos solos mientras el sol empezaba a calentar con fuerza.
Nada puede pagar tampoco los paseos por Salamanca,las calles llenas de historia, las risas, los abrazos, la comida en una terraza cerca de la plaza. La cena en las casetas de la fería de la calle Portugal y las copas en esos bares que parecen viejos castillos.
Un fin de semana para no olvidar y para repetir. Ahora Valen me pregunta cuándo volveremos a organizar otra escapada, espero que sea pronto.

viernes, septiembre 01, 2006

ANOCHE

Anoche hicimos el amor como cada día en esta corta eternidad. La pasión, el deseo y este amor, llenaron la habitación. Al final solo queda su respiración acunando la mía y nuestros cuerpos tendidos uno junto a otro.

Ayer sentía su abrazo, me apretaba con fuerza contra su pecho y susurraba despacio y bajito "te quiero, te quiero". Mi cara jugaba al escondite con la piel de su pecho y en mi pelo sentí el masaje de sus manos, suave y delicado.

Ayer, mientras me abrazaba, me aferraba a él como un naufrago a la última tabla que el mar le brinda, y lloré. No pude controlar la emoción y lloré, no quería hacerlo pero lo necesitaba. En ese momento, el tiempo se paró, sólo quedaban nuestros cuerpos abrazados, mis lagrimas recorriendo mi cara y muriendo en sus brazos.
Las palabras, los sentimientos y las emociones se quedaron anoche mojando las sábanas.