ESTACIONES
Me gusta pensar que mi vida es como una estación, llena de trenes, unos de mercancías, otros de pasajeros, algunos de largo recorrido y algunos de paso. Mi estación como tantas otras tiene trenes de alta velocidad y otros que son auténticas locomotoras lentas que van despacio, despacio.
Algunas veces creemos ser grandes estaciones, llenas de viajeros que van y vienen sin reparar en nada, pero que llenan de alegría y de vida nuestro recibidor, el andén y hasta esa vía abandonada donde arreglan los vagones ya gastados. Está bien pensar en toda esa gente que con ilusión prepara su viaje de vacaciones, su vuelta con la familia o hasta ese viaje de trabajo; todos pasan por una estación hasta que inician el viaje. En los momentos tristes pienso que mi estación no es tan grande ni tan luminosa, ni está tan llena de alegría como esperaba. Me duele convertirme en un simple apeadero en el que no repara nadie, ni tan siquiera para sacar billete y continuar viajando. Pero yo sé que hasta ese pequeño apeadero abandonado tiene vías por las que los trenes seguirán pasando.