EN EL PARQUE
Hacía frío, mucho más del que su menudo cuerpo podía soportar, esperaba con ansiedad un rayo de sol que iluminara el viejo banco del parque en el que estaba sentado. El mes de Enero siempre era así, mañanas nubladas de interminables minutos y horas en el parque lleno de árboles desnudos, el estanque vacío y los patos que allí habitaban buscando refugio al lado de algún arbusto mientras esconden la cabeza entre las plumas para mantener el calor.
Muchas veces se sentía como aquellas aves que veían pasar el tiempo junto a él, quería agacharse y buscar el abrigo de su propio cuerpo y pensar que era invisible para el resto del mundo. Llevaba tantos meses, tantos días sentado en aquel banco que ya no recordaba su antigua casa, su otra vida; ahora todo lo que tenía era ese lugar, un parque en mitad de una pequeña ciudad del norte. Eso, y los libres que le acompañaban en su vieja mochila. Veía pasar a la gente cada día, cada hora, y nadie o casi nadie reparaba en él, no hablaba, solo lo hacía con el perro de un vecino que cada tarde se acercaba a saludar moviendo su rabo vigoroso y oliendo todo lo que encontraba a su paso. Todos los días se veían y todos los días el can se acercaba a él y lo saludaba con sus ojos profundos y oscuros haciendo que se dibujara una sonrisa en su rostro frío y lleno de surcos que poco a poco la vida fue trazando.
No había en su cara ni rastro de alegría y en sus ojos ya no se adivinaba la viveza de los años pasados, de aquel tiempo en el que todo fue mejor. La vida se muestra injusta a veces y con él lo fue.
Las hojas amarillas de sus viejos libros hacían que su imaginación volase lejos de aquel lugar, tan pronto se convertía en un duro inspector de policía que resolvía los casos más difíciles como se transformaba en un afamado abogado de la gran ciudad, todo gracias a esas letras impresas que tanta compañía le hacían.
Comenzaba a anochecer, los pajarillos volvían al parque para refugiarse del frío y dormitar en las ramas desnudas de los árboles, las familias volvían con rapidez a sus casas empujadas por el viento del norte. Miró fijamente a su alrededor, se abrigó y comenzó a recoger con orden el banco para acostarse, se puso su gorro de lana y antes de cerrar los ojos para dormir miró hacia el cielo plagado de nubes que avanzaban rápidas perseguidas por el viento y pensó que aquella noche hacía frío, mucho más del que su menudo cuerpo podía soportar.