LA VENTANA INDISCRETA

Ha llegado el día en el que las gotas de lluvia tiñen de gris todo lo que alcanzo a ver desde aquí. La verdad es que no es demasiado, solo un par de edificios alrededor y una carretera llena de coches y camiones que nunca dejan de pasar.
Desde aquí veo a la gente sentada en el bar de al lado; siempre o casi siempre son las mismas caras, los mismo movimientos que se repiten día tras día. El camarero se mueve en la barra, de un lado a otro, está ordenando las copas y las tazas que ya reposan tranquilas después de la hora del café.
En una de las mesas un hombre mayor, casi anciano, hojea el periódico, El Norte de Castilla, mientras su mano agita la cuchara con ritmo suave y lento, casi tanto como sus horas dentro del bar. Tiene el pelo blanco y no se ha quitado su abrigo de lana verde. La mirada se pierde en la oscuridad del café y en los renglones vacíos de un artículo que estoy segura no leerá.
En otra mesa, un grupo de hombres juega una partida de cartas, los conozco a todos. Son cuatro, dos de ellos jubilados y dos chicos jóvenes que trabajan a turnos y matan las tardes jugando "la partida" hasta que llega la noche. Están tan concentrados que nada ni nadie puede hacer que levanten la vista del tapete; creo que no verían ni a una miss que pasara a su lado.
En la barra, sentado en uno de los taburetes, hay un hombre de medianan edad, hojea también el periódico y lo posa sobre sus rodillas de un modo extraño. A su lado una copa, creo que de coñac por el color y la hora que es. Solo el ruido de la televisión que da las noticias sin que nadie preste atención rompe el silencio y la concentración de los asiduos a esa barra de bar.
Sigue lloviendo y el tiempo parece detenerse al otra lado de la calle, los cristales empiezan a empañarse por el frío y yo sigo observando...